Lourdes Suárez Fernández. Psicóloga de Clínica Cobián.
Cada vez con mayor frecuencia, los padres preguntan cómo deben actuar cuando su hijo se deja llevar por la ira, cómo ayudarles a que estén más calmados y relajados o qué hacer cuando observan que sus hijos son incapaces de tolerar la frustración. Además de proporcionar algunas pautas, siempre explico que es muy difícil que los niños aprendan a manejar adecuadamente sus emociones cuando la mayor parte de los adultos desconoce como hacerlo. Entendemos sin problema, la dificultad de ayudar a un niño a hacer los deberes de inglés si tú mismo no lo hablas, o de enseñarle a un conductor novato a manejar un coche si no conduces. Pues con las emociones pasa algo parecido.
Es infrecuente, que los padres de hoy en día hayan recibido una adecuada educación emocional en su infancia. Lo cual no quiere decir que no hayan sido queridos, cuidados y atendidos de la mejor mejor forma posible en todo momento. Simplemente, eran otros tiempos. Entre otras cosas, se desconocían términos como «inteligencia emocional» y su relevancia en el desarrollo evolutivo de un niño. Se enseñaban normas de comportamiento, te educaban en valores (muchos de ellos lamentablemente perdidos en la actualidad), te explicaban cuáles eran tus obligaciones y qué era lo correcto o lo incorrecto Pero, en raras ocasiones, los padres enseñaban a gestionar las emociones cuando estas te desbordaban; básicamente porque nadie les había enseñado a ellos. Y no podemos transmitir lo que desconocemos.
Por eso, es fundamental que entendamos la importancia de empezar por nosotros mismos. Ahora tenemos muchísima información. A veces demasiada. Casi todos los padres saben que no es positivo que los niños repriman sus emociones; que está demostrado que expresar las emociones (de una manera adecuada), tiene multitud de beneficios psicológicos, porque nos ayuda a liberarnos y permite que podamos manejarlas y liberar su energía. Entonces, ¿por qué se les sigue diciendo a los niños que no lloren cuando se sabe que ésto les alivia?. ¿Por qué no les explicamos adecuadamente la diferencia entre estar enfadado (perfectamente aceptable) y reaccionar con ira?. Y, sobre todo, ¿por qué los adultos son tan reacios a mostrar lo que consideran emociones negativas delante de sus hijos?. «No quiero que me vean triste», «prefiero que no sepan que tengo problemas de ansiedad», son algunas de las frases que se escuchan frecuentemente en consulta o fuera de ella.
Resistirnos al malestar emocional (y negarlo, o tratar de esconderlo, es una forma de resistencia), sólo nos conduce a un mayor sufrimiento. Si pretendemos que los pequeños aprendan a identificar y manejar las emociones de una manera sana, que no tengan miedo a sus propios estados emocionales y puedan responder de una forma adaptativa, entonces tendremos que comenzar por nosotros mismos. Empezar por aceptar que muchas veces estamos tristes, o enfadados, o ansiosos, o, simplemente, tenemos un mal día. Y que no hay nada malo en ello. Que el dolor emocional es parte de la vida y podemos permitirnos estar mal sin tener que sentirnos avergonzados o culpables por ello.
No es un signo de debilidad, sino de inteligencia emocional. Un primer paso hacia una vida más consciente y libre, en la que las emociones no nos atrapen ni dominen. Ni a nosotros ni a nuestros niños.
Puedes seguirnos en la página de facebook MINDFULNESS CORUÑA. Anímate a participar en nuestro próximo curso de REGULACIÓN EMOCIONAL. Te esperamos en noviembre!